REPOSITORIOS, ARCHIVOS Y BABELES
Por la arquitecta Ana María Rigotti
En un clima saturado por la bulimia del patrimonio, el consumo distraído de pasados mercantilizados y la embriaguez frente a los confines aparentemente infinitos de la información acopiada en esa nube doppelgänger * de nuestra cultura y destino, los archivos de arquitectura han cobrado creciente vigencia. No hablamos de los rastros escasos de algunas grandes figuras atesorados en archivos de Estado. Más bien de un nuevo tipo de insumo para un mercado académico y editorial expansivo, que atiende a figuras recientes y a un cúmulo desbordado de dibujos, cartas, fotografías y planos que prometen referenciar extensamente la cotidianeidad de ciertas vidas, de ciertas labores profesionales.
Se trata de una cuestión disciplinar. En Sobre la biografía y el gran arquitecto, ya señalábamos que la fijación de la arquitectura en la subjetividad y la individualidad resulta necesaria para certificar la permanencia de cierta dimensión artística en una profesión abrumada por los condicionamientos económicos, técnicos y sociales que prefiere construir su narrativa sobre la persona y la firma.
En este sentido, no hace falta abundar sobre el carácter inaugural de la decisión de Le Corbusier de dedicar gran parte de sus últimos años al proyecto de una fundación encargada de evitar la dispersión, poner en valor y difundir los rastros (cuidadosamente acumulados por él mismo y que incluían 35,000 planos y bocetos) de su pensamiento escrito y dibujado, como explicación necesaria y suficiente de su producción.
También involucra valores patrimoniales en la medida en que comienzan a intervenir focos de poder económico y consagración académica. Detengámonos en el Canadian Center of Architecture (CCA, 1979), quizás la institución más interesante.
Comenzó como modesto repositorio de los fondos de arquitectos de la zona de Quebec, para luego extenderse a la investigación, y adquisición de colecciones, del modernismo europeo y norteamericano. Transformado en un centro de referencia internacional, desde fines de los años 90 pasó a tallar en el mercado del arte adquiriendo archivos de arquitectos contemporáneos (P. Eisenman, A. Rossi, C. Price, J. Stirling) y, como lógica deriva, se convirtió en lugar de elección para las “generosas donaciones” de arquitectos vivos en búsqueda de una eternidad asegurada (Alvaro Siza, Ábalos-Herreros, FOA) desencadenando conflictos internacionales que, en el caso de Siza, se resolvió asegurando para Portugal la custodia de la documentación de las obras proyectadas para el país. Finalmente, estos archivos son un problema económico: absorben grandes espacios y costosas instalaciones.
El contraste entre las aventuras que rodearon la creación del Fondo De Lorenzi, que una noche de lluvia llegó en una camioneta destartalada protegido por una lona, y el archivo de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Uno tiene el privilegio de un pequeño cuarto cerrado en la biblioteca de la FAPYD; el otro ocupa extensos subsuelos climatizados, con planeras anodizadas y folios libres ácido, al tiempo que el personal ultra especializado que guía a los pocos elegidos entre las diferentes estancias no deja de reclamar mayor presupuesto.
Pero llegó la digitalización, y con ella la fantasías de la extensión y la accesibilidad. Emulando el extravío de los cartógrafos del cuento de J. L. Borges, se imagina cómo, liberados de la dictadura del espacio, el clima y los insectos, y para lo contemporáneo aún del respaldo en un original tangible, será posible preservar cada rasgo, cada fase, de todos los proyectos arquitectónicos del mundo convertidos en bits y preservados en alguna ignora granja minera de datos.
Sin curadores, procesado por jóvenes militantes de la neutralidad acaparadora, será posible un mundo, unas mentes, duplicados sin preguntas, sin jerarquías. Y esta Babel se sostiene, además, en la quimera del acceso universal, una y otra vez desmentidos por los filtros económicos y de consagración académica que estos nuevos tesoros de la arquitectura instituyen para consagrar su legitimidad. Sin embargo…
Las facultades argentinas han demostrado sus dificultades aún para acoger bibliotecas especializadas, ni hablar de documentos gráficos. Ferrari Hardoy en Harvard, Amancio Willams en el CCA, deudos y biógrafos promueven el éxodo.
Parece que es momento de comenzar, modestamente pero sin dilación. El sueño de una escuela de arquitectura de Rosario me persigue y el Colegio es una buena sede. Primero para un repositorio, luego para un archivo con la agencia de guiones que den sentido a una indispensable selección. Babel está allí no más, recordándonos la imperiosa necesidad de una medida.
doppelgänger* es el vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico o sosias malvado de una persona viva. El término se utiliza para designar a cualquier doble de una persona, comúnmente en referencia al «gemelo malvado» o al fenómeno de la bilocación.